martes, agosto 16

De Bitácora de los puertos extraviados

La humedad del silencio comprueba la existencia de viajes como este. Un andar a tientas en medio de una habitación desconocida. Un hotel donde los huéspedes se han alojado mientras deja de llover, mientras la ciudad del puerto resbala en el manto de neblina que la envuelve. Me imagino abriendo las ventanas de mi cuarto sólo para constatar que, efectivamente, las cosas no podrían suceder afuera de la habitación 325. Porque afuera llueve, adentro se preparan las maletas, se verifican rutas, se comprueba la disposición de la cajetilla de cigarros. Con el paso del tiempo, la humedad habrá carcomido las campanas que justo en este instante dan las seis. Adentro se prepara el viaje para cuando escampe. Quizás los sueños conjurados una noche traigan cosas nuevas para el desayuno. Por eso estoy aquí, solo, atento a la mirada de mi brújula fenicia.


Intacto y libre, a dos calles hay un tren que con autónoma certeza seguirá parado. Mis libros de poesía parecen escasos pero su liturgia sonora corrige la luz ineficiete de la lámpara. En la calle una mujer camina sobre pasos viejos, abriendo con el rostro húmedo la cortina blanca de la tarde; la miro y pienso que siempre podremos ir más lejos que nuestras más secretas esperanzas. Yo aguardo feliz, con la tranquilidad de una mañana soleada de domingo.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me gusta, es cuerioso, pero al principio sentí un aire de nostalgia, de tristeza, aunque al final dices que estás contento.




Ennovy

9:40 a.m.  

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